sábado, 21 de agosto de 2010

La bandera de la selección Española.

-Mira papá ¡La bandera de la selección Española !
-No hijo, ¡¡ Esa es la bandera de España !!
-Ahhh, como sólo la veo cuando juega la selección...
-Papá, ¿ cómo es la bandera de España ?
...
-Hijo, la bandera de España no tiene colores, es transparente, invisible, translúcida, nadie la luce, nadie la enseña, nadie la porta porque tienen miedo, aunque algunos la llevamos en el corazón...
-¿Papá, llevarla en el corazón sirve de algo ?
-La verdad es que no hijo mío...

domingo, 15 de agosto de 2010

La carga de los Tres Reyes.





Ya ni siquiera se estudia en los colegios, creo. Moros y cristianos degollándose, nada menos. Carnicería sangrienta. Ese medioevo fascista, etcétera. Pero es posible que, gracias a aquello, mi hija no lleve hoy velo cuando sale a la calle. Ocurrió hace casi ocho siglos justos, cuando tres reyes españoles dieron, hombro con hombro, una carga de caballería que cambió la historia de Europa. El próximo 16 de julio se cumple el 798 aniversario de aquel lunes del año 1212 en que el ejército almohade del Miramamolín Al Nasir, un ultrarradical islámico que había jurado plantar la media luna en Roma, fue destrozado por los cristianos cerca de Despeñaperros. Tras proclamar la yihad –seguro que el término les suena– contra los infieles, Al Nasir había cruzado con su ejército el estrecho de Gibraltar, resuelto a reconquistar para el Islam la España cristiana e invadir una Europa –también esto les suena, imagino– debilitada e indecisa.

Los paró un rey castellano, Alfonso VIII. Consciente de que en España al enemigo pocas veces lo tienes enfrente, hizo que el papa de Roma proclamase aquello cruzada contra los sarracenos, para evitar que, mientras guerreaba contra el moro, los reyes de Navarra y de León, adversarios suyos, le jugaran la del chino, atacándolo por la espalda. Resumiendo mucho la cosa, diremos que Alfonso de Castilla consiguió reunir en el campo de batalla a unos 27.000 hombres, entre los que se contaban algunos voluntarios extranjeros, sobre todo franceses, y los duros monjes soldados de las órdenes militares españolas. Núcleo principal eran las milicias concejiles castellanas –tropas populares, para entendernos– y 8.500 catalanes y aragoneses traídos por el rey Pedro II de Aragón; que, como gentil caballero que era, acudió a socorrer a su vecino y colega. A última hora, a regañadientes y por no quedar mal, Sancho VII de Navarra se presentó con una reducida peña de doscientos jinetes –Alfonso IX de León se quedó en casa–. Por su parte, Al Nasir alineó casi 60.000 guerreros entre soldados norteafricanos, tropas andalusíes y un nutrido contingente de voluntarios fanáticos de poco valor militar y escasa disciplina: chusma a la que el rey moro, resuelto a facilitar su viaje al anhelado paraíso de las huríes, colocó en primera fila para que se comiera el primer marrón, haciendo allí de carne de lanza.

La escabechina, muy propia de aquel tiempo feroz, hizo época. En el cerro de los Olivares, cerca de Santa Elena, los cristianos dieron el asalto ladera arriba bajo una lluvia de flechas de los temibles arcos almohades, intentando alcanzar el palenque fortificado donde Al Nasir, que sentado sobre un escudo leía el Corán, o hacía el paripé de leerlo –imagino que tendría otras cosas en la cabeza–, había plantado su famosa tienda roja. La vanguardia cristiana, mandada por el vasco Diego López de Haro, con jinetes e infantes castellanos, aragoneses y navarros, deshizo la primera línea enemiga y quedó frenada en sangriento combate con la segunda. Milicias como la de Madrid fueron casi aniquiladas tras luchar igual que leones de la Metro Goldwyn Mayer. Atacó entonces la segunda oleada, con los veteranos caballeros de las órdenes militares como núcleo duro, sin lograr romper tampoco la resistencia moruna. La situación empezaba a ser crítica para los nuestros –porque sintiéndolo mucho, señor presidente, allí los cristianos eran los nuestros–; que, imposibilitados de maniobrar, ya no peleaban por la victoria, sino por la vida. Junto a López de Haro, a quien sólo quedaban cuarenta jinetes de sus quinientos, los caballeros templarios, calatravos y santiaguistas, revueltos con amigos y enemigos, se batían como gato panza arriba. Fue entonces cuando Alfonso VII, visto el panorama, desenvainó la espada, hizo ondear su pendón, se puso al frente de la línea de reserva, tragó saliva y volviéndose al arzobispo Jiménez de Rada gritó: «Aquí, señor obispo, morimos todos». Luego, picando espuelas, cabalgó hacia el enemigo. Los reyes de Aragón y de Navarra, viendo a su colega, hicieron lo mismo. Con vergüenza torera y un par de huevos, ondearon sus pendones y fueron a la carga espada en mano. El resto es Historia: tres reyes españoles cabalgando juntos por las lomas de Las Navas, con la exhausta infantería gritando de entusiasmo mientras abría sus filas para dejarles paso. Y el combate final en torno al palenque, con la huida de Al Nasir, el degüello y la victoria.

¿Imaginan la película? ¿Imaginan ese material en manos de ingleses, o norteamericanos? Supongo que sí. Pero tengan la certeza de que, en este país imbécil, acomplejado de sí mismo, no la rodará ninguna televisión, ni la subvencionará jamás ningún ministerio de Educación, ni de Cultura.


Arturo Perez Reverte.

miércoles, 11 de agosto de 2010

Carta a la hija de Otegui

Ignoro tu nombre, no sé si te llamas Leire, Goiatz, Iratxe, Loiola, Aintza o simplemente Itziar.

Así que te llamaré hija de Otegui, que supongo a ti no te resultará ofensivo.

Sé que estás pasando malos momentos por tener a tu padre en la cárcel y que incluso estás recibiendo apoyo psicológico, según dicen. A los 14 años, en plena adolescencia, debe ser doblemente duro. Leo también que tu madre y tu abuelo paterno están delicados de salud. ¡Vaya por Dios!

Parece que la mala suerte se ha cebado con tu familia. Tal vez sea verdad lo de tus secuelas psicológicas. O tal vez no.

Tal vez sea una coincidencia que uno de los hijos de tito Joseba (Permach) se encuentre también en tratamiento en el mismo hospital por la misma razón. O tal vez no. Permítenos que dudemos, hija de Otegui, porque después de tantos años entrando y saliendo de la cárcel, entrando y saliendo de Francia y entrando y saliendo de ETA, que te den las secuelas psicológicas justo en este momento, cuando se prepara la ofensiva política de tu aita y su cuadrilla para (re)negociar la resolución del conflicto y estar en las próximas elecciones (de ahí la necesidad de salir del trullo), pues se me antoja cuando menos sospechoso. Presunto, digamos.

Pero mira, voy a creerme tus secuelas. Echas de menos a tu aita y la amatxo está malita. Afortunada tú. Porque yo conozco mucha gente que echa de menos a su padre y sólo le queda la posibilidad de llevarle flores a su tumba. Y conozco a muchas madres que llevan años sin dormir, con fuertes depresiones o síndromes postraumáticos severos; y que cuando duermen, lo que ven son los restos de sus hijos desperdigados por un parking tras una explosión asesina.

Y conozco niñas que a tu edad quedaron salvajemente mutiladas para siempre, sin piernas o sin brazos o sin ojos o, simplemente, sin ganas de vivir (eso sí que son secuelas, ¿verdad?).

Y otros niños más pequeños que tú que vieron morir a sus padres a tiros, delante de sus inocentes ojos (eso traumatiza mucho, te lo aseguro). Y otros muchos que han quedado huérfanos, o que han desarrollado enfermedades psicológicas y físicas, o que han perdido a sus amigos del colegio o a sus hermanos o a sus abuelos.

Todos ellos echan de menos a sus seres queridos y a esa parte de su infancia o adolescencia que murió con ellos. Y de todos esos traumas y secuelas, hija de Otegui, es responsable tu padre.

Él que está en la cárcel. Él que tanto echas de menos. Yo no sé qué te han contado en casa. Ni qué has aprendido en la ikastola. No sé si practicas el mismo odio visceral y rabioso que tu padre hacia los que no piensan como él.

No te conozco. A lo mejor le has rogado, con llanto en los ojos, que deje de ser parte de la serpiente. O tal vez pienses, como otros, que es un hombre de paz.
Pero me inclino a pensar que no sabes quién es realmente tu padre. Ni qué es. Pues yo te lo voy a contar.


Tu padre es un asesino. Tú aún no habías nacido cuando le llamaban "el Gordo" y militaba en ETA político militar. A los 20 años ya era el encargado de vigilar a los empresarios vascos secuestrables (Lipperheide, Olarra, nombres que no te sonarán).

Cuando ETA-pm se autodisolvió, integró con otros "polimilis" el grupo "miliki" que acabó por incorporarse a la ETA actual.

Tu padre fue juzgado por el secuestro de Javier Rupérez y absuelto por falta de pruebas (la víctima no pudo identificar a los secuestradores porque iban encapuchados).

En cambio sí fue condenado por el secuestro en 1978 del empresario Luis Abaitua, al que ocultó en una cueva de su pueblo, Elgoibar.

Un año después, integrado en el comando "Kalimotxo", junto a José María Estolaza, Luis Alcorta y demás gudaris, trató de secuestrar al político Gabriel Cisneros (uno de los padres de la Constitución), quien recibió un tiro en la espalda al intentar huir, resultando herido de gravedad en el estómago y en la pierna izquierda, y provocándole secuelas (secuelas, hija de Otegui) que perduraron hasta su muerte, en 2007.

En el juicio, celebrado en 1990, uno de los secuestradores (Marhuenda) inculpó a tu padre y a los demás, pero aún así se libraron de la cárcel.

En cambio sí fue condenado a 6 años por el secuestro de Abaitua, de los que cumplió sólo la mitad. Un chollo, ¿no crees? Tu padre siempre ha sido parte de ETA. Siempre ha seguido las directrices de ETA.

Cuando era militante activo y cuando se pasó a la política (aprovechando el encarcelamiento de la Mesa Nacional de Batasuna, en 1997). Cuando pactó con el PNV, EA y demás abertzales en Lizarra para salvar a una moribunda de ETA del linchamiento social, tras el asesinato de Miguel Ángel Blanco, y cuando negoció con Zapatero la resolución del conflicto en el falso proceso de paz. Y también cada vez que enaltece a un compañero gudari y cada vez que escupe las
soflamas de ETA, en Gara o en Anoeta.

Tu padre ha sido, es y será una parte importante de la serpiente etarra. Y como tal es responsable de todos y cada uno de sus crímenes desde que se integró en ETA, allá por 1977, mucho antes de que tú nacieras. Sí, hija de Otegui, tu padre está en su derecho de pedir su libertad para que tú no sufras, como ha hecho sufrir él a cientos de niñas de tu edad.

La diferencia es que tu padre eligió ser un terrorista y sus víctimas no. Y que sepamos, aún no se ha arrepentido de serlo.

Por eso, nosotros estamos en nuestro derecho de pedir que cumpla su condena hasta el último segundo. Aunque sea un pobre consuelo por todas las vidas que ha roto; por todas las secuelas que ha dejado a su paso. Y por todas las que dejará.


Y para terminar, sólo quería hacerte una pregunta que me inquieta. ¿Realmente te provoca secuelas psicológicas el hecho de que tu padre esté en la cárcel durante unos meses y no el hecho de que sea un asesino terrorista desde hace años

jueves, 5 de agosto de 2010

Josué libertad